Al analizar la Primera Guerra Carlista hay que tener en cuenta que aún se utilizaban armas de avancarga, con lo que la lucha cuerpo a cuerpo era todavía fundamental.
Por otra parte, el desequilibrio en las ayudas extranjeras y, principalmente, la incapacidad de los carlistas a la hora de conquistar las ciudades, condicionaron el resultado de la guerra.
Situación de Europa al estallar la Primera Guerra Carlista. En rojo las potencias absolutistas. En azul las liberales.
Las potencias absolutistas se limitarán a ayudar económicamente a los carlistas, a través de la compra de bonos en las bolsas europeas. Por otra parte, los carlistas contaron con el apoyo de escasos voluntarios extranjeros. Algunos de ellos dejaron testimonio de sus experiencias en esta guerra.
Los liberales firmaron el tratado de la Cuádruple Alianza con las potencias liberales. Como consecuencia de ello la marina británica controló las costas españolas para evitar la introducción de armas por parte carlista. A partir de 1835 británicos y franceses enviarán las Legiones Extranjeras y los portugueses tropas regulares en apoyo de la causa liberal.
Exceptuando Bilbao y Vitoria en los primeros días del conflicto, una de las características de la primera Guerra Carlista fue el mantenimiento de las capitales en manos liberales. También había carlistas en las capitales, pero la presencia de guarniciones militares (San Sebastián y Pamplona) y la impotencia de los carlistas a la hora de conquistarlas (especialmente Bilbao), las mantuvieron liberales. Además se convirtieron en refugio de los liberales del resto de la provincia. A partir de 1835, tras la exitosa campaña de Zumalacárregui, las capitales estuvieron bloqueadas por los carlistas y, en ocasiones, sitiadas, pero los fracasos en los intentos de conquista supusieron su derrota final.
La duración de la guerra llevó a Euskal Herria a la extenuación. Algunos aristócratas liberales exiliados en Baiona elaboraron un proyecto de paz que lideró Muñagorri bajo el lema: Paz y Fueros.
El Intento de Muñagorri fracasó pero, un año después, fue la base del Convenio de Bergara, que supuso el final de la guerra.