Al iniciarse la guerra, 1833, el desequilibrio de fuerzas era notable. Los liberales luchaban con el ejército español; los carlistas eran grupos de voluntarios mal organizados y armados.
A partir de 1835 nos encontramos a dos ejércitos frente a frente. Sin abandonar la táctica de guerrillas, se generalizan los enfrentamientos a campo abierto. Los carlistas se impusieron en las áreas rurales, pero fracasaron al intentar la conquista de las capitales.
La diplomacia británica realizó labores de mediación para suavizar la guerra. El 28 de abril de 1835, Zumalacárregui y el general liberal Valdés firman el tratado que se conoce con el nombre del representante británico, Elliot. Significó el respeto a los presos enemigos y facilitó su intercambio. Al mismo tiempo, supuso el reconocimiento internacional del ejército carlista.